miércoles, 15 de febrero de 2012

No a la crisis, sí al futuro

En estos tiempo de crisis, es fácil que las personas optemos por encerrarnos en nosotras mismas, a la espera de “capear el temporal” o que “la tormenta amaine”. Así, ante las peticiones de ayuda o colaboración, muchas veces nuestra primera reacción es “que lo hagan otros”,  pensando que no está el horno para bollos, que nuestra situación tampoco es la mejor, etc... Evidentemente, lo más deseable sería que este tipo de situaciones no se dieran, que no hubiera personas que necesitaran de nuestra ayuda, o que, en su defecto, el Estado se hiciera cargo de esas ayudas (tal y como es su obligación). Sin embargo, a día de hoy el llamado Estado del Bienestar está más maltrecho que nunca, las instituciones recortan los presupuestos destinados a servicios sociales y a paliar las desigualdades, precisamente en los momentos en que más falta hacen. Desde luego, es bastante lamentable que dichas instituciones abandonen sus obligaciones para con los más necesitados, pero eso no es excusa para que los ciudadanos no colaboremos, en la medida de nuestras posibilidades, con aquellos que han tenido peor suerte.
Nadie puede defender seriamente ideas (no tan infrecuentes en otras épocas, aunque igual de falsas que ahora) como que “el que es pobre es porque no quiere trabajar”, o simplicidades por el estilo. La actual crisis nos afecta a todos, pero está claro que unos la sufren más que otros. El perfil del necesitado actual dista bastante del de otros tiempos. El “pobre” de nuestros días es una persona relativamente joven (unos 40 años), que ha trabajado anteriormente en la construcción o en servicios relacionados, y al que la crisis le ha privado de su fuente de ingresos (tras haberse endeudado considerablemente con hipotecas y demás). Recordemos que, a día de hoy, uno de cada cinco españoles vive bajo el umbral de la pobreza. La primera respuesta de muchos es que “ese es su problema”, o “haber sido más precavido” pero esto es un simplismo: lo triste es que la exclusión social (un término que explica mejor que el de “pobreza” la situación de muchos de estos “nuevos pobres”) es y será una amenaza latente para muchos de nosotros a lo largo de los próximos años.

Así que mientras que las instituciones no cumplan con sus obligaciones, no nos queda más remedio a los ciudadanos que ayudar a aquellos de nosotros más duramente golpeados por las necesidades económicas. Y no está de más hacerlo porque, en esta sociedad, nunca se sabe cuando cambiarán las tornas y seremos nosotros los que tengamos que recabar la ayuda ajena. ¿Es esto solidaridad, es caridad...? A efectos prácticos, poco importa el nombre que le pongamos. Lo importante es ayudar. Por ellos y por nosotros.

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