domingo, 22 de abril de 2012

Cazadores de leyenda


Capítulo 1


En una hermosa comarca localizada al sur del Mar Celeste  se encontraba Crismi, una de las diez grandes ciudades de todo el Mundo de las Leyendas. En aquellos tiempos aún existían las leyendas de dragones, hombres lobos, vampiros... Y es aquí donde comienza nuestra historia.
En una noche estrellada las tranquilas estrellas brilla con la hermosa luz de la vida, iluminando las

 tranquilas y cristalinas aguas del Mar Celeste. Un viento gélido soplaba sobre los campos que bordeaban la ciudad. En una taberna llamada “El colmillo plateado” se encuentra un pequeño grupo de unas diez personas.

-Hola, Max – dijo Felipe.
-Buenas noches, Felipe – respondió Jose, otro de los presentes.
- ¡Cuánto tiempo sin vernos!- añadió Julio - ¿Habéis escuchado los rumores, muchachos?
- ¿Cuáles? - preguntó Max.
- Se dice que en días como éste, de Luna Blanca, suele aparecer un dragón

blanco como la nieve. La Luna Blanca era un fenómeno que aparecía cada diez años. Una antigua leyenda decía que un dragón revivía gracias a ese fenómeno; esa criatura mitológica no es de este mundo; pertenece a un universo paralelo al nuestro. Hace 500 años un grupo de magos conocidos como “los ancestros” practicaba la Magia Prohibida, y quería utilizarla para gobernar no sólo nuestra dimensión, sino también las demás.

Esos magos corrompidos por la magia prohibida  crearon una luna que controlaba una bestia legendaria que venía de otra dimensión; pero cuando nuestro mundo se unió a ese universo desconocido el equilibrio entre ambos mundos se colapsó y los magos perdieron el control de la criatura. Un enorme agujero apareció, oscuro como la noche y empezó a tragarse todo lo que estaba a su alrededor. Los hechiceros fueron tragados por ese vórtice, pero antes de ser absorbidos utilizaron el famoso hechizo “regreso de los diez años”. La letanía final del hechizo era esta: “Con el colapso de estos dos mundos, tras diez años de oscuridad  y cien de caos, nosotros los amos de la Magia Prohibida

 regresaremos, pra gobernar estos mundos, finalizar esta era, y comenzar nuestro reinado eterno”. Esta es la famosa leyenda del dragón y la luna.

-Estaría bien que fuera cierto-dijo Felipe – pero me extrañaría que saliera un dragón de la nada.
- ¿No crees que la temperatura ha bajado demasiado? - dijo Julio.
- Sí, la verdad es que hace bastante frío – respondió Max.

Mientras que todos bebían y pasaban el tiempo contando historias y hablando de sus aventuras, en el cielo estrellado la luna se volvió más blanca que la propia nieve. En la noche se vio una bestia plateada con aguas más trasparentes que el agua; esa bestia era conocida como Draice (el dragón emperador de los hielos).

Mientras tanto, en la ciudad un guardia que hacia la ronda, vio la bestia., y grito como un loco:


- ¡Emergencia! ¡Avisa a todos los cazadores de la taberna!

Felipe exclamó: “¡Hay demasiado gritos y ruidos afuera”. El guardia abrió la puerta gritando: “¡es la leyenda! ¡Es cierto, es el Emperador de los hielos!”.
-”No lo puedo creer, es un sueño hecho realidad”-dijo Max - “Esperaba este momento para usar mi arma secreta, el arco “tigre sangriento”1.

- “Eso no es nada comparado con mi espada Giagradral2 – añadió Julio.

Felipe, riéndose con mucha confianza, les preguntó si creían que esos “juguetes”  serían capaces de hacer daño a la bestia. En cambio, dijo, su legendaria Clawice3 sería capaz de acabar con el monstruo.

José, muy callado, sacó de su mochila unas misteriosas espadas gemelas4 que irradiaban un brillo desconocido que desterraba todas las sombras. Con ellas en la mano, se dirigió a Felipe, diciéndole:
- Tú posees una de las tres reliquias, y yo tengo otra, y ando buscando la tercera. Algún día tú y yo deberemos hacer la “prueba de los guardianes”.
- Por supuesto – respondió Felipe con una sonrisa brillante.- Esperaré ese día con ansiedad.
Salieron de la taberna y fueron en busca del dragón. Cuando llegaron donde la criatura, José dijo:
- Esto no puede ser verdad, si es del tamaño de una montaña.

 Max sacó su arco y de un flechazo le dio en su ojo. El monstruo ni siquiera parpadeó. Felipe, riéndose, con los ojos destellantes, salíó corriendo a atacar a la criatura. El descomunal coloso ni siquiera se había movido, y los ojos de Felipe fueron oscurecidos por la sombra del miedo.